«Escucho rock y metal en un país tropical; mi música le gusta a pocos. Escribo porque me aburre el mundo que me nutre. Escribo para sentirme en casa.» Alejandro Cortés González
Por: Jasa Rehm
Las libertades compradas de los jóvenes de hoy, nunca entenderán el peso de la frustración y la fascinación por lo que otrora fue prohibido, lo que se trababa de llamar libertad, no desde el discurso punk, sino desde el ser hijo de familia católica apostólica y romana en el hermoso país del sagrado corazón.
El rock, sí, luchado. Había que zanjar los caminos en medio de la espesura porque no existía nada de eso que hoy se bautiza como “la escena”. Parches de ilusos buscando resistir al paso del tiempo y a la represión redactada por los manipulados medios de comunicación masivos.
Así nos llamaban (nos llaman) “diablos”, siempre sedientos de llevar la contraria, pero, sobre todo, de ser nosotros mismos, sin importar los apodos que nos pongan, ni las leyes que se inventen. Para ellos, la destrucción de la humanidad y “los valores”, para nosotros, una luz en medio de tantas lámparas…
Alejandro decidió no invitar a nadie a su piñata, se quedó hasta con el prefacio, pues nadie más podía completar la obra con la misma rabia y el mismo amor. Lo bonito de ser independiente y no tener que pedir permiso a los papás.
Cuando lo terminé de leer (por lo menos el prefacio), me pasó lo del cliché: pensé que me lo estaba escribiendo a mí, seguramente muchos pensaron lo mismo, pero eso no me importa. La sed llega con la curiosidad y la misma nos invita a romper el empaque, la que nos llevó a leer y a darnos cuenta que no estamos solos, compartimos una pasión en medio de balas, injusticias, desinformación y reinados comprados.
Muchas cosas no han cambiado, el baterista sigue quedando atrás, desenfocado en las fotos y el bajista sigue sonando mejor cuando lo contratan en papayeras o grupos de vallenato. Todavía se escucha decir a los profesores en clase “yo era rockero” y todas esas mentiras que nos entraban en los 80s, mientras se tercian una mochila y se dedican a repetir el “papa con yuca” en las clases de música.
A pesar de que Alejo lo denomina como ficción, ya que salió de su demente cabeza, Todos los Diablos Tienen Sed, es tan real como La Bruja de Caycedo y tan autóctono como El Carnero de Freyle. Cada cuento es una patada en la cara a la nostalgia y la recriminación a los sueños abandonados por el miedo, por la búsqueda de estabilidad laboral o por estar convencidos de que era mejor buscar una relación con algo más vacío y menos doloroso para nuestras frustradas pasadas vidas.
Cada cuento está cargado de tristeza, como si se escapara el rock de entre las manos como un puñado de arena y se perdiera la esperanza entre trabajo, dinero e injusticia social; como si ser rockero fuera un delito y ser feliz terrorismo.
Aún hay sed, los sueños no han muerto y Alejo nos enseña que el rock está más cerca de todos, incluso de aquellos que no lo conocen y lo rechazan; ha estado tan cerca de lo cotidiano que no se puede negar su papel en la construcción de paz y desarrollo de país.
Todos Los Diablos Tienen Sed no es un compendio de fechas, nombres de bandas y datos de conciertos; es un relato de la vida misma.
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Todos Los Diablos Tienen Sed
Cuentos sobre el rock y el metal en Colombia
Autor: Alejandro Cortés González
Año: 2022
226 páginas